Viajar a Morella es vivir una experiencia personal. Porque Morella no es solo un escenario medieval, es una ciudad con vida. Es un paisaje humano. Desde los restaurantes, donde se cuece la gastronomía morellana, podemos descubrir sabiduría, estima y tradición. No hay cocinero y cocinera que no dedique un homenaje a sus antepasados en los fogones. Legados de familia, de madres y abuelas que han trasmitido usos y costumbres culinarias.
La ciudad abre sus murallas
Morella abre sus corazones
En
los telares textiles y comercios podemos escuchar los sonidos de la
historia, de familias enteras que trabajaron el hilo, la lana...y que
hoy, con orgullo, sus descendientes han recuperado estos
oficios. Podemos sentir como el espardenyer elabora a mano las
alpargatas y como en las pastelerías el flaón y los dulces morellanos
cumplen la estima de unas tradiciones.
Morella es
una ciudad habitada y recorriendo sus calles empedradas descubrimos
increíbles rincones de belleza. Es recomendable pasear por Morella,
perderse en el casco urbano, descubrir una puerta de madera donde los
artesanos han dejado sus huellas. Mirar los aleros, los tejados. Mirar
los balcones de Morella, la vida que cuelga de las fachadas de las
casas. Cortinas de hilo, de ganchillo y de bordados, flores que dan
colores a las piedras. La población morellana ama esta ciudad, y la
cuida, protege, conserva. A lo largo de los siglos no ha desaparecido
esta estima.
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